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El Tuiteo y la Gloria

Para la última edición de Revista El Sábado de El Mercurio, el habitual comentarista de cine agrega una segunda titulada «Adiós a Guillermo» (en evidente alusión a la obra de el homenajeado «Adiós a Ruibarbo»).

Notablemente escrita, como suelen ser las piezas del Decano de la Escuela dePeriodismo UAI, contiene mucho de lo que conocimos de Guillermo Blanco, quizás lo más trascendente, pero tiene trazos de periodismo old fashioned también. Por ello, invitamos a leer y comentar.

Les dejamos aquí la columna. Al final el comentario de DirCom.

«Adios a Guillermo»

 

En 1977, Carlos Flores estrenó su memorable documental Pepe Donoso, filmado durante un regreso del escritor a Chile. En una de las escenas centrales, filmada en un bar algo piojoso, Donoso conversa y fuma con otras tres figuras de la «generación del 50». Juntos, en un mismo espacio que hoy se vuelve fantasmal, la elocuencia de Donoso, la agudeza de Enrique Lihn, el silencio bello y elegante de María Elena Gertner. Y la modestia de Guillermo Blanco, que se confiesa «miedoso» a la hora de publicar, pero que en seguida declara: «Frente a la carilla en blanco, no había cobardía posible».

Retuve esa frase. Intrigante, casi confidencial. Un año después, entré a hacer la práctica en la sección cultura de la revista Hoy. El editor era Guillermo Blanco. Primer jefe. ¿Cómo decirlo? Es extraño que alguien a quien uno viene leyendo desde la primaria -los cuentos: Cuero de Diablo, Adiós a Ruibarbo-, la secundaria -Gracia y el forastero- y hasta la universidad sea justo el primer jefe. Un tótem dándote las primeras órdenes.

Estuve bajo su mando un par de años, quizás menos. Y me he sorprendido muchas veces amplificando ese período hasta la fantasía, como esos momentos que se expanden mucho más allá de sí mismos. Debo a Guillermo el cariño por la palabra, el respeto a su solemnidad y la gracia de su irreverencia. Le debo la noción de que las palabras son habitadas por la gente, y no al revés. Le debo la comprensión de que la palabra escrita también suena, que las frases tienen su propia música. Le debo una cierta idea -imprecisa, de mal alumno- del vínculo entre la escritura y la moral.

Y muchas otras cosas. Unas discusiones sobre ciertos asuntos (el uso de la coma antes o después de la y, el empleo arrojadizo de la palabra siútico, la ferocidad de los cuentos de Pablo García, la etimología de la palabra ingenuo) que resultarán fósiles para la cultura twitter. Unas lecciones sobre la libertad, Unamuno, la conciencia, Vietnam. Unas ideas sobre la escritura ejercida en tiempos confusos y violentos.

En fin: las luces de un maestro. ¿Qué es un maestro? En la definición no dicha de Guillermo, un hombre que encuentra el diamante donde otros sólo ven el carbón. Un hombre que hace lo que los padres no pueden, por incondicionales o por provectos. Ignoro si los cientos de alumnos que tuvo en distintas universidades habrán sentido lo mismo; pero sé que fue una de las figuras propiamente magisteriales del periodismo chileno.

¿Lo esencial? Guillermo no era un filósofo ni un intelectual en el sentido francés. Era un hombre bueno. No es fácil entender a los hombres realmente buenos, a los que no hablan mal de nadie, a los que sólo tienen enemigos abstractos, a los que nunca producen una sombra de odio. Causan desazón, y a veces uno se agarra de una ironía, de una broma, para creer que ahí, uf, por fin, asomó la perversidad. Y no, no era así.

Me costaba decidir si el origen de esa bondad estaba en su timidez, en su cristianismo o en su ingenuidad. Tiempo después, leyendo Dulces chilenos, una de las novelas más despiadadas de la literatura chilena, creí entender que en Guillermo la bondad -quizás la forma más perfecta de la duda- era el contrapeso necesario de la lucidez.

El 25 de agosto, a los 84 años, este hombre bueno sucumbió ante un paro cardiorrespiratorio, una excusa tan válida como cualquier otra para cerrar la última carilla. El periodismo, la literatura, el mundo fueron un poco mejores mientras estuvo aquí. Ojalá que no sean peores ahora que se ha ido.

Ascanio Cavallo
Revista El Sábado
11 de septiembre de 2010

Comentario de DirCom:
Habiendo conocido a don Guillermo, como alumno y admirador, no puedo sino compartir las palabras de Cavallo. Además, revelan lo más profundo de la Comunicación. Tanto Blanco como Cavallo entienden el mismo espíritu que debe primar en todo hombre de la palabra: debe ser Bueno.

Dicho lo anterior, paso a comentar un sólo aspecto que me llamó la atención de la columna. Esa crítica a la «cultura twitter» como si esta por naturaleza tuviera dos problemas: 1) que se desarrolla al margen de las reglas ortográficas y (más preocupante) 2) en Twitter no habría espacio para algunas conversaciones.

Como podrán imaginar estoy en absoluto desacuerdo con las dos. Primero, porque la calidad de la escritura es un trabajo que depende de quien lo ejerce. Nada más. Por lo tanto, la forzada caricatura de que detrás de Twitter existiría una cultura sin ortografía o gramática, es antojadiza y, pienso, errónea. Segundo, si hay algo que caracteriza a Twitter es la libertad, la posibilidad infinita de hablar de lo que sea incluso de ortografía.

A pesar de lo honorable de sus palabras referidas a don Guillermo, me preocupan las referidas a Twitter, viniendo de un formador de futuros periodistas y connotado hombre de la prensa en Chile. Sólo hace días el director de The Guardian afirmaba que «Twitter es la herramienta periodística más poderosa que ha aparecido en los últimos… umm… diez años». En Twitter mismo se comenta esta columna de Cavallo. ¿Cómo no va a tener más crédito entonces, esa «cultura»? Creo que sí, especialmenteo, porque en periodismo, el tuiteo y a gloria van de la mano.

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